4. Los libros del Antiguo Testamento habían preanunciado la alegría de la salvación, que se volvería desbordante en los tiempos mesiánicos. El profeta Isaías se dirige al Mesías esperado saludándolo con regocijo: Tú multiplicaste la alegría, acrecentaste el gozo (9,2). Y anima a los habitantes de Sión a recibirlo entre cantos: Dad gritos de gozo y de júbilo! (12,6). A quien ya lo ha visto en el horizonte, el profeta lo invita a convertirse en mensajero para los demás: Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión; clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén (40,9). La creación entera participa de esta alegría de la salvación: Aclamad, cielos, y exulta, tierra! Prorrumpid, montes, en cantos de alegría! Porque el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido (49,13).
5. El Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita insistentemente a la alegría. Bastan algunos ejemplos: Alégrate es el saludo del ángel a María (Lc 1,28). La visita de María a Isabel hace que Juan salte de alegría en el seno de su madre (cf. Lc 1,41). En su canto María proclama: Mi espíritu se estremece de alegría en Dios, mi salvador (Lc 1,47). Cuando Jesús comienza su ministerio, Juan exclama: Ésta es mi alegría, que ha llegado a su plenitud (Jn 3,29). Jesús mismo se llenó de alegría en el Espíritu Santo (Lc 10,21). Su mensaje es fuente de gozo: Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena (Jn 15,11). Nuestra alegría cristiana bebe de la fuente de su corazón rebosante. Él promete a los discípulos: Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría (Jn 16,20). E insiste: Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría (Jn 16,22). Después ellos, al verlo resucitado, se alegraron (Jn 20,20). El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que en la primera comunidad tomaban el alimento con alegría (2,46). Por donde los discípulos pasaban, había una gran alegría (8,8), y ellos, en medio de la persecución, se llenaban de gozo (13,52). Un eunuco, apenas bautizado, siguió gozoso su camino (8,39), y el carcelero se alegró con toda su familia por haber creído en Dios (16,34). Por qué no entrar también nosotros en ese río de alegría?
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141. Uno se admira de los recursos que tenía el Señor para dialogar con su pueblo, para revelar su misterio a todos, para cautivar a gente común con enseñanzas tan elevadas y de tanta exigencia. Creo que el secreto se esconde en esa mirada de Jesús hacia el pueblo, más allá de sus debilidades y caídas: No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros el Reino (Lc 12,32); Jesús predica con ese espíritu. Bendice lleno de gozo en el Espíritu al Padre que le atrae a los pequeños: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, se las has revelado a pequeños (Lc 10,21). El Señor se complace de verdad en dialogar con su pueblo y al predicador le toca hacerle sentir este gusto del Señor a su gente. 2ff7e9595c
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